Los parques infantiles como espacios políticos: negociando el riesgo, el espacio y la infancia

Los parques infantiles son instrumentos espaciales a través de los cuales la sociedad proyecta sus expectativas sobre la infancia, poniendo a prueba los límites entre control y autonomía, exposición y protección. Regulan cómo los niños se relacionan con el espacio, con los demás y con sus propios cuerpos, codificando —muchas veces de manera invisible— normas sociales, miedos y aspiraciones. En este sentido, los parques infantiles no son espacios periféricos de ocio; son construcciones políticas moldeadas por ideologías específicas sobre qué es la infancia y cómo debería desarrollarse. Desde 1989, el derecho al juego ha sido reconocido formalmente en la Convención de las Naciones Unidas sobre los Derechos del Niño, afirmando que el juego es una parte fundamental del desarrollo humano. Diseñar un parque infantil no consiste solo en trazar líneas en un plano o instalar equipamiento en un parque; es definir las condiciones bajo las cuales el juego es permitido, imaginado o restringido.

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A lo largo del último siglo, los parques infantiles se han convertido en escenarios condensados donde se manifiestan tensiones mayores acerca del espacio público. Lo que comenzó como entornos experimentales y abiertos —que fomentaban el riesgo, la invención y la apropiación informal— ha evolucionado hacia zonas estandarizadas de uso previsible. Cercos, suelos acolchados y equipamientos fijos no son meras decisiones de diseño; son expresiones materiales de transformaciones culturales más amplias hacia la vigilancia, la responsabilidad legal y el comportamiento normativo. Estas transformaciones reflejan una disminución en la confianza en la autonomía infantil y un creciente deseo de guiar sus movimientos dentro de la ciudad.

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Beatrix Park Playground / Carve. Image © Marleen Beek

Sin embargo, esta trayectoria no es lineal ni está exenta de disputas. En distintos contextos, arquitectos y diseñadores han experimentado con estrategias espaciales que reintroducen la incertidumbre, invitan a la improvisación y apoyan formas de juego que resisten la categorización. Desde topografías ambiguas hasta estructuras flexibles, estos enfoques sugieren que la arquitectura puede expandir (en lugar de restringir) la experiencia de la infancia. Al hacerlo, abren una reflexión más amplia sobre libertad y control en el entorno construido, no solo para los niños, sino para todos aquellos que habitan espacios diseñados sin participar en sus decisiones.

Una breve historia del riesgo y la libertad

La historia temprana de los parques infantiles es inseparable de la historia de las ciudades modernas. A medida que la industrialización transformaba la vida urbana a finales del siglo XIX y principios del XX, las preocupaciones sobre salud pública, educación y comportamiento juvenil comenzaron a influir en la planificación urbana. Los parques infantiles surgieron no solo como espacios de recreación, sino como instrumentos de reforma social. En lugares como Nueva York y Berlín, los primeros parques infantiles se introdujeron para disciplinar el tiempo libre, ofreciendo una estructura moral a niños de clase trabajadora que de otro modo jugaban en las calles. Supervisados y cerrados, se concebían menos como espacios de autonomía que como herramientas de regulación dentro de la lógica emergente del Estado de bienestar.

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Jacques-Laurent Agasse, The Playground, 1830. Image via Wikipedia under Public Domain

Un enfoque diferente comenzó a tomar forma en las décadas de posguerra, particularmente en Europa. Ante la devastación de las ciudades y la necesidad de reconstruir tanto estructuras materiales como sociales, algunos arquitectos y urbanistas empezaron a ver el juego infantil no como un problema a gestionar, sino como una oportunidad de experimentación espacial y cultural. En Ámsterdam, Aldo van Eyck creó una red dispersa de parques en los terrenos baldíos de la ciudad. Eran estructuras mínimas y abstractas: aros metálicos, areneros, plataformas bajas, cúpulas de hormigón. En lugar de imponer usos predefinidos, invitaban a los niños a inventar juegos, reconfigurar relaciones y explorar sus propios límites corporales. Para van Eyck, el parque no era un contenedor para el juego, sino un catalizador de imaginación, interacción cívica y aprendizaje espacial.

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© Public Domain, Library of Congress, via Rare Historical Photos

En paralelo, el movimiento de los adventure playgrounds (parques de aventura) ofrecía un modelo aún más radical. Originados en Dinamarca y extendidos al Reino Unido y Alemania, estos espacios se construían con materiales sobrantes —trozos de madera, neumáticos, cuerdas— e incluían a menudo herramientas reales. Los niños construían y destruían sus estructuras bajo la supervisión de playworkers, adultos que intervenían solo cuando era estrictamente necesario. Estos parques asumían el riesgo no como un peligro a eliminar, sino como una condición necesaria para el crecimiento, la resiliencia y la independencia. Al hacerlo, cuestionaban el control adulto sobre la experiencia espacial infantil y proponían una comprensión distinta del diseño: una que prioriza el proceso sobre la forma, la autonomía sobre la estética.

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Hiawatha Playground, 1912. Image © Public Domain, Library of Congress, via Rare Historical Photos

Un parque de aventura es un área cercada y reservada para los niños. Dentro de sus límites, los niños pueden jugar libremente, a su manera, en su propio tiempo. Pero lo especial de un parque de aventura es que aquí (y, cada vez más en la sociedad urbana contemporánea, solamente aquí) los niños pueden construir y dar forma al entorno de acuerdo con su propia visión creativa.                                                          Harry Shier, Adventure Playgrounds: an introduction, 1984, National Playing Fields Association.

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Rings and poles, Bronx Park, New York. 1911. Image © Public Domain, Library of Congress, via Rare Historical Photos

Hacia finales del siglo XX, sin embargo, este espíritu experimental comenzó a decaer. Las preocupaciones sobre seguridad, seguros y responsabilidades legales llevaron a regulaciones más estrictas y a la estandarización del equipamiento. Las estructuras prefabricadas reemplazaron a los materiales improvisados, y el juego pasó a estar cada vez más regulado por normas de cumplimiento, visibilidad y previsibilidad. Lo que antes eran espacios de invención se transformaron en zonas de protección: visualmente llamativas, pero conductualmente limitadas. Este cambio marcó no solo una transformación en cómo lucían y funcionaban los parques, sino también en cómo se conceptualizaba la infancia: ya no como exploratoria y autónoma, sino vulnerable y necesitada de supervisión.

Diseño contemporáneo y la política del control

En los entornos urbanos actuales, los parques infantiles suelen situarse en la intersección de políticas de seguridad bien intencionadas y un diseño público altamente regulado. El resultado es una tipología extendida definida por la repetición: equipamiento estandarizado, superficies amortiguadoras y perímetros cercados. Estos elementos buscan minimizar lesiones y garantizar legibilidad, pero también reflejan un cambio más profundo en cómo las ciudades gestionan el espacio. Más que habilitar la exploración, muchos parques refuerzan una lógica de contención, reduciendo el juego a un conjunto de acciones predefinidas: trepar aquí, deslizarse allá, salir de forma segura.

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BLOX Playground / Carve. Image Courtesy of Jasper van der Schaaf

Este modelo supone no solo a un niño universal, sino también pasivo; alguien a quien guiar, proteger y vigilar. La vigilancia, tanto formal como informal, se convierte en un aspecto clave de la organización espacial. Se privilegia la exposición visual sobre la complejidad espacial, mientras que la ambigüedad se percibe como una amenaza. El lenguaje arquitectónico de muchos parques es, por tanto, uno de conformidad: bordes redondeados, accesos controlados, colores brillantes, narrativas fijas. El juego se vuelve predecible, guionizado espacialmente y, en última instancia, desvinculado de la ciudad circundante.

No obstante, este enfoque no ha quedado sin respuesta. En las últimas décadas, varios arquitectos y diseñadores han desarrollado proyectos que resisten este aplanamiento de la experiencia. El estudio holandés Carve, por ejemplo, ha creado una serie de parques que enfatizan el movimiento, la tensión y la incertidumbre. Sus intervenciones a menudo difuminan los límites entre objeto y paisaje, entre equipamiento y terreno. De manera similar, las zonas de juego del Parque Nishi Rokugo en Tokio —construidas a partir de materiales reciclados— transforman piezas industriales desechadas en plataformas para la improvisación y el juego autodirigido.

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Marmara Forum Cloud Playground / Carve. Image © Asli Dayioglu

Otros estudios cuestionan la propia distinción entre parque infantil y espacio público. Las instalaciones efímeras de Bruit du Frigo activan espacios infrautilizados con intervenciones lúdicas que son temporales, participativas y colectivamente imaginadas. Aquí, la ausencia de barreras invita a la convivencia entre niños y otros usuarios, fomentando la responsabilidad compartida más que la segregación espacial. Pero lo que conecta estos ejemplos no es un lenguaje formal común, sino una resistencia compartida a la sobrerregulación del espacio. En lugar de eliminar el riesgo, lo gestionan mediante el diseño; en lugar de guiar el comportamiento, lo invitan a negociarse. De este modo, reconocen que el juego no es solo una cuestión de actividad física, sino también de compromiso simbólico y social: un encuentro con la diferencia, el conflicto y la transformación.

¿Qué significa diseñar para el juego?

El juego suele romantizarse como una expresión natural y universal de la infancia —espontáneo, imaginativo y libre—. En el discurso arquitectónico, se enmarca habitualmente como algo que debe apoyarse o potenciarse, un comportamiento que solo necesita espacio, color o flexibilidad para desplegarse. Pero esta comprensión oscurece el hecho de que el juego no es neutral ni inocente. Adopta múltiples formas —competitivas, subversivas, rituales, solitarias— y siempre opera dentro de códigos culturales y estructuras sociales. Está moldeado por el contexto, por las condiciones materiales y por quién tiene la libertad de jugar en primer lugar.

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Beatrix Park Playground / Carve. Image © Marleen Beek

Artículo 31 / 1. Los Estados Partes reconocen el derecho del niño al descanso y el esparcimiento, al juego y a las actividades recreativas propias de su edad y a participar libremente en la vida cultural y en las artes. / 2. Los Estados Partes respetarán y promoverán el derecho del niño a participar plenamente en la vida cultural y artística y propiciarán oportunidades apropiadas, en condiciones de igualdad, de participar en la vida cultural, artística, recreativa y de esparcimiento.
—Convención sobre los Derechos del Niño, Naciones Unidas, 1989

Esta ambigüedad expone los límites del control arquitectónico, obligando a reconsiderar qué significa diseñar para otros. Si el juego es una práctica inestable y situada —a menudo improvisada, a menudo resistente a un propósito—, ¿cómo puede dibujarse? ¿Cómo puede convertirse en una cuestión de diseño? La tentación es traducirlo en gesto: tallar espacios que parezcan lúdicos, introducir curvas, colores vivos o formas no convencionales. Pero la estética no equivale a libertad. Un espacio visualmente dinámico puede ser igualmente prescriptivo en su uso, mientras que una estructura banal puede convertirse en un lugar de rica apropiación. La pregunta no es cómo diseñar “diversión”, sino cómo crear condiciones en las que las reglas estén abiertas a la negociación —donde el juego no solo esté permitido, sino inventado.

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BLOX Playground / Carve. Image Courtesy of Lucas Beukers

La arquitectura opera, por naturaleza, fijando cosas: posiciones, materiales, funciones, umbrales. El juego, en cambio, desestabiliza. Ignora el programa, malutiliza el mobiliario y atraviesa los límites. Esta disonancia revela una paradoja disciplinar: cuanto más busca la arquitectura habilitar el juego, más corre el riesgo de formalizarlo. Como señaló Bernard Tschumi, la arquitectura no es inocente: incluso los espacios que reclaman apertura llevan un peso ideológico. Una red para trepar invita al movimiento, pero también define dirección y límites. Un muro bajo puede subvertirse como asiento, pero sigue reflejando una lógica de control. Dibujar un espacio es dibujar un comportamiento.

Algunos proyectos han intentado asumir esta tensión en lugar de resolverla. Los Playscapes de Noguchi evitan la claridad tipológica, ofreciendo más sugerencias escultóricas que mobiliario o infraestructura. El parque Kolle 37 en Berlín continúa la tradición del juego de aventura permitiendo a los niños construir sus estructuras, negociando no solo la forma, sino también la responsabilidad. Estos entornos no eliminan el riesgo ni la incertidumbre; la incorporan. Pero incluso aquí, conviene ser cautelosos: apertura no significa automáticamente accesibilidad. La invitación a jugar no se experimenta de manera igualitaria; depende de la confianza, de la familiaridad, de quién se siente con derecho a ocupar un espacio sin instrucciones.

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Piedmont Park Noguchi Playscape. Image © Waterfalls, Wally Gobetz via Flickr under CC BY-NC-ND 2.0

Esto plantea un punto más amplio: el diseño no puede garantizar inclusión, imaginación o empoderamiento. Pero sí puede reconocer sus límites. Diseñar para el juego puede significar menos insertar formas lúdicas que resistir la sobrecodificación del espacio. Puede significar dejar vacíos, permitir el error, diseñar elementos que puedan reconfigurarse o malinterpretarse. En este sentido, el arquitecto se convierte menos en un compositor de experiencias y más en un negociador de umbrales: alguien que mantiene el espacio abierto en lugar de clausurarlo.

Recuperar el juego como libertad espacial

Repensar el parque infantil es repensar la ciudad. Es confrontar cómo el espacio público se ha vuelto cada vez más regulado, codificado y pasivo —diseñado más para la circulación que para la presencia, más para el control que para el encuentro—. En este contexto, el parque funciona tanto como espejo como provocación. Revela cómo la sociedad imagina la infancia y, por extensión, cómo gestiona la autonomía, el riesgo y la diferencia social. Pero también ofrece un espacio para ensayar alternativas: imaginar disposiciones espaciales no atadas a la eficiencia, la productividad o la vigilancia, sino a los ritmos abiertos del juego.

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Broadway Playfield, 1910. Image © Public Domain, Library of Congress, via Rare Historical Photos

Recuperar el juego no trata solo del juego: se trata de recuperar el espacio como una condición compartida, negociada y plural. Esto no significa convertir la ciudad en un parque temático ni reducir la arquitectura a gestos afectivos. Significa tratar el juego como una cuestión espacial seria —una que desafía modelos heredados de autoría, funcionalidad y control—. Involucrarse con el juego es involucrarse con la imprevisibilidad, con el conflicto, con la posibilidad de que el espacio se use de otra manera. Es reconocer que no todo comportamiento necesita ser anticipado y que no todos los usuarios requieren gestión. Esto exige una postura arquitectónica distinta: menos prescriptiva, más propositiva; menos obsesionada con la forma, más atenta al uso.

Este artículo es parte de los temas de ArchDaily: Diseñando espacios infantiles, presentado por KOMPAN.

En KOMPAN, creemos que crear espacios para la infancia es una responsabilidad compartida con un impacto duradero. Al patrocinar este tema, defendemos un diseño centrado en los niños, basado en la investigación, el juego y la participación, para crear entornos inclusivos e inspiradores que fomenten la actividad física, el bienestar y la imaginación, y que ayuden a cada niño a desarrollarse plenamente en un mundo en constante cambio.

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Sobre este autor/a
Cita: Borges Ferreira, Diogo. "Los parques infantiles como espacios políticos: negociando el riesgo, el espacio y la infancia" [Playgrounds as Political Spaces: Negotiating Risk, Space, and Childhood] 03 sep 2025. ArchDaily en Español. (Trad. Porto, Daniela) Accedido el . <https://www.archdaily.cl/cl/1033520/los-parques-infantiles-como-espacios-politicos-negociando-el-riesgo-el-espacio-y-la-infancia> ISSN 0719-8914

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